Algo se derrumba y algo emerge
Como en el amor, las rupturas dentro de la política suelen traer dolor y nos enfrentan a lo que hicimos mal. También es el momento donde emerge aquello que puede fortalecernos. Para que esto ocurra debemos asumir la responsabilidad y participar de la nueva realidad que se está configurando, una que solo puede abarcar a todos si nos sentamos a dialogar.
La humanidad entre posturas
El último presidente de la extinta Checoslovaquia, Václav Havel, se refirió en uno de sus más recordados discursos al momento histórico que aún hoy seguimos viviendo. Un tiempo, dijo, en el que algo se está derrumbando y algo emerge.
Cabe preguntarse si el desmoronamiento en la intensidad de su caída puede afectar a las promesas de lo que emerge y, en consecuencia, augure un despertar violento. Cabe también preguntarse si el derrumbe es la consecuencia de los errores cometidos o si tiene que ver con la obsolescencia que supone un determinado avance en los conocimientos y las conciencias. Sin duda, no es lo mismo.
La transformación por los procesos de lectura sensible de lo que nos rodea representa lo mejor de la especie humana y nos engrandece. Las rupturas, sin embargo, suelen traer dolor y nos enfrentan a lo que hicimos mal. Aun así, se trata de un dolor necesario que puede fortalecernos.
Ante la ruptura surgen al menos dos posturas. Una, la de quienes tratan de salvar lo que se derrumba o prefieren ignorarlo aferrándose a la idea de que no puede ser verdad que esté sucediendo, que no es definitivo, que solo ha sido un tropiezo momentáneo o, en el más inconsciente de los casos, que lo que pase ya no les va a afectar a ellos dejando que lo sufran y lo solucionen, si es que pueden, las generaciones siguientes.
Y otra, la postura de quienes se disponen a saltar hacia lo que emerge tomando la liana que puede permitirles participar de esa nueva realidad que se está configurando. Aquellos, en definitiva, que quieren ser protagonistas y co-constructores de ese futuro que ya está en el presente.
Saber leer la ruptura y lo emergente
La frase de Havel puede aplicarse a ámbitos muy diferentes. La tecnología nos va mostrando diariamente costumbres y hábitos que ya no serán sino reliquias. Las nuevas generaciones, por ejemplo, ya no comprenden para qué tienen que aprender algo de memoria cuando la accesibilidad y disponibilidad de la información es instantánea.
Memorizar y, en algún momento, la memoria como hoy la concebimos desaparecerán. Estaremos literalmente conectados a la nube. Lo que se gane y se pierda con ello es objeto de una profunda reflexión que no se aborda en estos párrafos.
Lo relevante es si estamos leyendo adecuadamente qué se está derrumbando y qué emerge. Mi trabajo como coach observador de la dinámica política me lleva a traer esta dicotomía al escenario social y político. Nuevamente, entiendo que hay dos ventanas desde las que mirar.
Una en la que están quienes toman la liana del futuro para saltar y podemos ver que emerge un liderazgo que no está basado en la figura de salvadores o salvadoras inspiradas que saben lo que viene. Nadie lo sabe.
No necesitamos guías, sino exploradores. Los y las guías parten de un saber que hoy no es aplicable en un escenario incierto e incógnito. Los exploradores se abren al conocimiento de lo desconocido y, por lo tanto, al aprendizaje desde un lugar más cercano a la mezcla de coraje y humildad.
Esa humildad observa la caída de las instituciones como el resultado final de un ciclo y de un nivel de conciencia que han quedado obsoletos y reconoce que hay que construir colectivamente una lectura del futuro y de la convivencia que nos anime a actuar.
Desde la otra ventana, la de quienes no aceptan el derrumbe del mundo que ha dejado de tener sentido, podemos ver la emergencia de un populismo que, ante el miedo y el desconcierto, ofrece promesas incumplibles, pero que pueden tranquilizar a quienes necesitan que les vendan protección, porque, desde su interpretación, lo que sucede es el resultado de una conspiración de cualquier signo ante la que hay que desplegar un ataque capitaneado por líderes fuertes y mesiánicos.
Lamentablemente, esta última ventana se está convirtiendo en balcón e incluso en una amplia terraza en la que se nutre la desconfianza y los discursos “anti”. El alimento que se requiere se cocina con narrativas anti-algo. Y aunque el “anti” es efímero, frecuentemente puede llevarnos al poder porque sabe manejar la emoción del miedo.
Anti-nada y a favor de la posibilidad
Llegar al poder no es lo mismo que ejercerlo cuando se requieren capacidades para un escenario de construcción colectiva. Resulta más fácil, entonces, seguir inventando enemigos contra los que luchar. Los anti, en el mejor de los casos, pueden llegar a levantar defensas, muros o chalecos antibalas. Nada de eso mejora la sociedad cuando la entendemos como un espacio en el que todos quepamos.
Hace tiempo que son pocos los países en los que se habla del Proyecto-País. Es difícil encontrar a quienes quieran sentarse a hablar de ello porque de hecho es difícil sentarse a hablar de cualquier cosa. Si no lo hacemos ningún gobierno, ninguna constitución, ningún intento nos devolverá la posibilidad de vivir en paz en el futuro que emerge y podemos acostumbrarnos a vivir en el derrumbe permanente como furiosos desconfiados que ilegitiman lo distinto.
¿Será entonces cierta la manida frase del filósofo y teórico político francés Joseph de Maistre, quien por cierto fue un reaccionario a la Ilustración? Él dijo: “Cada pueblo o nación tiene el gobierno que se merece”. ¿O se parecerá más a la que otro político francés, André Malraux, refraseó: “No es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”?
No tengo la respuesta y prefiero traer de nuevo el eco resonante de otras palabras de Havel, el político poético cuando se dirigió a los representantes del mundo económico en el año 2000.
“(…) hubo momentos en la historia en los que el beneficio material inmediato no constituía el máximo valor en la vida humana, en los que el hombre sabía que hay misterios que nunca entenderá y ante los que puede estar de pie en humilde admiración, o bien demostrar su admiración levantando edificios cuyas torres apuntan hacia arriba. Hacia arriba y más allá de las fronteras de los tiempos. Hacia arriba, hacia el infinito. Hacia el infinito, que por su silenciosa existencia excluye el derecho del hombre a comportarse en el mundo como si se tratara de una ilimitada fuente de beneficio inmediato, y le exhorta a la solidaridad con todos los que viven debajo de su misteriosa bóveda”.
Václav Havel.
Todos los que vivimos bajo esa misteriosa bóveda podemos ser capaces de sentarnos a conversar contra nadie, anti nada, a favor de la posibilidad de que haya un espacio en el que nos concedamos que la igualdad y la libertad encuentren un camino en el que no se apuñalen por la espalda. Un camino de claveles simbólicos.